Uriel Macías (Madrid, 1963), erudito bibliófilo, posee la mayor
colección especializada del mundo de Biblias en judeoespañol y es autor
del catálogo ‘Palabra por palabra: Biblias sefardíes en ladino’ (Círculo
de Bellas Artes).
Por Antonio Heredia
Especialista en la historia de los judíos en la España contemporánea y en
bibliografía judaica en español, lleva años trabajando para que la cultura de
Sefarad sea considerada como parte consustancial de la Historia de España. Eso,
afirma, ayudaría a combatir los prejuicios asentados durante siglos en la
sociedad y el pensamiento españoles y a poner coto al antisemitismo, cuyo auge
en todo el mundo es alarmante.
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Uriel Macías, historiador, foto El Impacial. |
“En la visión de la Europa medieval», escribe Uriel Macías en el ya
clásico Los judíos de Europa, publicado junto a Elena Romero en
Anaya en 1994 y reeditado 11 años después por Alianza, «los judíos eran
perversos por ser criaturas del diablo, aliados de Satán en contra de la verdad
(…) Y en su deseo de aplastar a Satanás, la cristiandad cayó sobre sus más
tangibles criaturas, los judíos. Su identificación con el diablo es muy antigua
(Juan 8.44 y Apocalipsis 2.9 y 3.9) y continuará en la literatura eclesiástica
a partir del siglo IV, penetrando profundamente en el pensamiento cristiano y
marcando indeleblemente la mente popular”. No fue muy distinto en España. Y sin
embargo, pervive aún el mito de una idílica convivencia entre católicos,
musulmanes y judíos en los reinos cristianos de la Península.
¿Qué hay de verdad en ese mito?
Es cierto que en
España, a diferencia de otros lugares, se produjo una coexistencia en el tiempo
y en el espacio de judíos, cristianos y musulmanes. Y que esa interacción de
los tres elementos, que evoluciona con el paso de los años y no es igual en
Al-Andalus que en los reinos cristianos, marca de una forma muy especial la
historia española de aquel periodo y de periodos posteriores. Eso es un hecho.
Lo que no podemos pensar es que cuando se utiliza el término convivencia
referido a los siglos XIV o XV estamos hablando de algo que se parezca a lo que
hoy entendemos como convivencia entre vecinos. No es lo mismo. Los tres grupos
se regían por leyes diferenciadas con una discriminación mayor o menor
dependiendo de las épocas, pero que se aplicaba con rigor a las minorías. Estamos
hablando de una convivencia un tanto particular, porque una de las partes de
esa ecuación estaba en un estatus jurídico inferior, que implicaba muchas
veces, como en el caso de los judíos, la utilización de marcas distintivas en
su ropa, la limitación de las profesiones que podían ejercer, ciertas
limitaciones de movimientos, limitaciones en cómo ejercer su religión y en
cuanto a la construcción de sus recintos de culto.
¿Marca el nacimiento de la
Inquisición un punto de quiebra definitivo en esa convivencia?
En esa convivencia
hubo periodos con picos de tensión, por llamarlos de una forma muy suave. La
España visigoda desde la conversión de Recaredo, por ejemplo, supuso para los
judíos que estaban instalados en la Península desde siglos atrás conversiones forzosas,
secuestros de hijos por parte del poder, etc. Posteriormente, tenemos las
grandes persecuciones que se producen en Al-Andalus, a raíz de la llegada de
almohades que implica la marcha de una parte de la población judía hacia los
reinos cristianos del norte; despuès vendrían las persecuciones y matanzas de
judíos derivadas de la peste negra de 1348. Pero el gran quiebro de la
convivencia se produce con las grandes matanzas de 1391, que comienzan en
Sevilla a raíz de unas predicaciones cristianas y que se extienden por gran
parte de la Península, en particular por Valencia, Cataluña y Baleares. El
establecimiento de la Inquisición marca un nuevo hito, pero no hay que olvidar
que la Inquisición, al menos en teoría, no tenía jurisdicción sobre los judíos,
solo podía perseguir a alguien que había pasado por la pila bautismal, como los
conversos. Además, la Inquisición se establece en 1478, la expulsión de
Castilla y Aragón es de 1492 y la del Reino de Navarra de 1498. El periodo en
que estando establecida la Inquisición hay presencia de judíos en sentido
estricto es bastante breve.
¿Está de acuerdo con esa parte
de la historiografía que minimiza el alcance del Santo Tribunal al compararla
con otras matanzas religiosas en Europa?
No. La
Inquisición fue un tribunal cruel. Haríamos un flaco favor al conocimiento de
nuestra Historia y nos estaríamos quedando cortos en la evaluación de su
importancia si sólo nos fijásemos en el número de víctimas mortales, que fueron
muchas, por cierto. La Inquisición lo controlaba todo, las creencias, la
censura de libros, las costumbres… No solo supuso la persecución implacable de
judeoconversos, conversos del islam y protestantes, sino que marcó a una
sociedad que se articuló en torno a redes clientelares con los familiares de la
Inquisición, una sociedad en la que el secreto y el chivatazo eran parte de la
vida cotidiana, en la cual la amenaza de una acusación secreta ponía en juego
la vida de mucha gente. Además, convivió con algo que no es estrictamente
inquisitorial pero que corre en paralelo en la Historia de España: la limpieza
de sangre. Tenemos así una España que viene marcada por la persecución de las
ideas religiosas, y no solo religiosas en algunos casos, y también
estigmatizada por el origen. Infinidad de instituciones y profesiones
estuvieron a lo largo de siglos cerradas para todo aquel que tuviera un
antepasado judío o musulmán. Es por tanto, una sociedad en la que el mérito no
está en tus logros; la condición sine qua non para progresar en infinidad de
aspectos pasaba por tu sangre. Y posiblemente algunas cuestiones relacionadas
con la mentalidad hacia el trabajo tengan que ver con esa España en la que el
trabajo era cosa de judíos y moros y estaba mal visto. Y hay que añadir que a
pesar de que la Inquisición desaparece en 1834, desde un punto de vista legal
los judíos no pudieron vivir en España hasta la aprobación de la Constitución
de 1869, que reconoce la libertad de culto y deroga, por tanto, el Decreto de
Expulsión de los Reyes Católicos de 1492.
¿Pervive algo de aquel antijudaísmo
en el antisemitismo de hoy en España?
No me atrevería a
decir que la España de hoy es antisemita, pero sí afirmaría que en España hay
antisemitismo, hay antisemitas y hay restos del viejo antijudaísmo de raíz
religiosa, al que se superponen las capas del antisemitismo decimonónico racial
y económico, al cual se superpone una nueva capa de antisemitismo de aquellos
que llevan al límite sus prejuicios hacia Israel, que no tiene más explicación
que los prejuicios contra el mundo judío y contra los judíos.
¿Por ejemplo?
De lo primero
tenemos ejemplos en celebraciones y conmemoraciones, casi todas ellas ligadas a
la Iglesia católica, pero amparadas por los propios ayuntamientos, basadas en
leyendas antijudías, como la veneración del Santo Niño de la Guardia en Toledo,
sobre una falsa acusación de un crimen ritual del siglo XV. O La Catorcena, en
Segovia. O en la pervivencia de expresiones, en algunos pueblos de Castilla
León, en Semana Santa, como «ir a matar judíos», que es tomar un tipo de
limonada con algo añadido. Y el nuevo antisemitismo lo vemos en algunos medios
de comunicación, en los que las cuestiones israelíes no es que no sean
abordadas de forma neutra sino que los son de forma hostil, con un rasero moral
diferente al que se utiliza con otros países cuyas políticas se cuestionan,
intentando menoscabar la legitimidad del Estado de Israel. Para hostigarlo. Y a
veces para defender a una organización terrorista que es la que rige los
destinos de los palestinos en Gaza, que es Hamas.
¿Después de tantos siglos de
ausencia, se ha perdido todo rastro de la cultura judía en España?
Eso es muy
escurridizo de evaluar. Es indudable que hay una presencia muy significativa de
descendientes de conversos entre los grandes autores españoles del XVI y XVII,
desde la mística a la picaresca, pasando por multitud de géneros. Luego está el
legado material, innegable en algunas ciudades españolas, en las que permanecen
los vestigios de los barrios judíos o de antiguas sinagogas medievales, algunas
maravillosamente conservadas, como la del Tránsito de Toledo o la de Córdoba.
En cuanto a lo demás es muy difícil trazar el origen de, por ejemplo, ciertas
costumbres culinarias, como la famosa adafina, el plato insignia de la
tradición hispanojudía para la comida del Shabat, que se ha mantenido con
muchas variaciones en su elaboración en muchos lugares de la diáspora sefardí,
en particular en el norte de Marruecos. Es una especie de cocido en el que el
cerdo no está presente, pero no se puede saber si el cocido castellano imita a
la adafina, o al revés, la adafina es una adaptación judía de los cocidos que
no solamente existen en Castilla, sino en la tradición de las ollas podridas en
otros lugares. Lo judío, sin embargo, ha podido influir más a la contra. Quizá la
presencia casi absoluta e inevitable de ingredientes procedentes del cerdo en
la mayoría de las recetas de casi toda la geografía española puede tener que
ver con esa obsesión muy clara que tenía la gente en los siglos XVI, XVII o
incluso en el XVIII, de incorporar el tocino en las dietas para que nadie
sospechase de ellos. Tanto cerdo en la cocina, tanta manteca, tanto tocino
puede proceder de esa época en la que la gente se cuidaba, y especialmente los
descendientes de conversos, de que sus vecinos les vieran utilizar ingredientes
porcinos en sus cazuelas.
¿Cuál fue la relación del régimen de
Franco con los judíos?
En relación con el
mundo judío y el mundo sefardí, la única forma de abordar esa cuestión con un
mínimo de honestidad es entrando en los matices y en las contradicciones. Es
indudable que, aunque no se establecieron leyes raciales como en otros países,
en los primeros años, el régimen era antisemita, difícilmente se podía ser
judío, entre otras cosas porque hasta el año 46 si no eras bautizado no podías
tener la partida de nacimiento y sin partida de nacimiento no existes, no has
nacido, no eres. Además, en los años posteriores a la Guerra Civil, se crea el
archivo judaico, es decir, el régimen ordenó a la policía crear fichas de todos
los judíos que vivían en España. Con la observación añadida de que había que
tener especial cuidado con los sefardíes porque como se parecen más a nosotros,
decían, pueden pasar inadvertidos y por eso son más peligrosos. Pero por otra
parte, y comparado con otros países neutrales, como Suiza, es un hecho cierto
que no pocos refugiados judíos salvaron su vida gracias a que se les permitió
legalmente pasar los Pirineos con rumbo a terceros países, aunque no se les
permitía quedarse en España.