“Por cuanto es fama que vive en Zamora / y
otros me dicen que cree en la Torá” se lee en unos versos del Cancionero de
Juan Alfonso Baena (1419) acerca de un Gonzalo Cuadros. La referencia es
una de las tantas que durante el siglo XV se hicieron a la ciudad del Duero con
respecto a su comunidad hebrea. En 1492, de acuerdo con el historiador Manuel
Ladero Quesada, ésta representaba el 20% de la población, ocupaba el 14% del
territorio del antiguo recinto amurallado y se concentraba en el hoy llamado barrio
de La Lana.
En el año de la expulsión, los principales maestros judíos de las comunidades de la península ibérica habían nacido o estudiado en Zamora: Isaac Aboad II (Toledo y Guadalajara), Issac de León (Ocaña), Samuel Mimi (Segovia), Jacob Habib (Salamanca), Issac Arama (Barcelona) y Josef Hayyun (Lisboa). Todos eran discípulos o seguidores de Isaac Campantón (1360-1463), Gaon de Castilla y León y rabino de Zamora. “Quien lo vio, vio la presencia divina”, llegó a decir de él Abraham Zacuto en su famoso Libro de las genealogías.
En el siglo XVI, el historiador Eliyahu Capsali se refirió a varios de estos sabios como “los ojos de Israel”, sin los cuales “no hubiera quedado nada”, pues fueron sus enseñanzas en la diáspora de Portugal, el norte de África y el Medio Oriente las que darían cuerpo y forma definitiva a la tradición religiosa y cultural sefardí. Ciudades como Fez, Cairo, Salónica, Amsterdam, Estambul, Safed y Jerusalén, entre otras, recibirían el influjo del saber judío producido en Zamora, una ciudad que hasta hace muy poco ni siquiera figuraba entre las más conocidas de la hoy mítica Sefarad. “Hermosa provincia en los confines del norte”, había escrito Isaac Arama en el siglo XV, evocando su propia experiencia intelectual en la antigua ciudad leonesa.
Hacia el Oeste, en el nuevo mundo, la historia más conocida es la de Luis de Carvajal el Mozo (1566-1596), nacido en Benavente y considerado el primer escritor judío de las Américas a través de sus Memorias, que publicó con el seudónimo de Joseph Lumbroso y en las cuales relata sus experiencias como criptojudío en Castilla y León primero, siendo un adolescente, y en la Nueva España (México), de adulto. En las páginas de su libro, Benavente, la tierra de su nacimiento, se recuerda con nostalgia en comparación con las penurias por las que atravesó en el nuevo mundo.
Los Carvajal, muchos de ellos procesados por la inquisición en 1596, procedían originalmente de la Tierra de Sayago, particularmente de Bermillo y Fermoselle. Exiliados por poco tiempo en Mogadouro, un pueblo de La Raya, después de la expulsión, retornaron a los territorios del Conde de Benavente, en la actual Zamora, donde el noble español acogió a muchos conversos, no pocos criptojudíos, que fundarían el Nuevo Reino de León. Por otro lado, todavía en el siglo XVII, encontramos en los certificados de matrimonios judíos de Amsterdam el apellido Zamora, como uno de los tantos españoles asentados en los archivos de la ciudad holandesa.
A estas alturas quedan pocas dudas acerca de la relevancia de la ciudad y provincia de Zamora, a través de varios de sus poblados –Toro, Villalpando, Fermoselle, Benavente– en la memoria de Sefarad. Cuando hace siete años hice mi primera búsqueda en Google sobre el tema sólo había dos referencias: el concilio de 1313, uno de los tantos donde se atacaba a los judíos, y la leyenda del Niño de la Guardia, una de las más famosas propagandas antijudías del siglo XV, en la que se incluía a un judío zamorano, el cual, sin embargo, nunca fue llamado a declarar. Los principales historiadores modernos tanto de la ciudad capital como de Castilla y León, de Cesáreo Fernández Duro a Carlos Carrete Parrondo, pasando por Julio Valdéon Baruque, Guadalupe Ramos de Castro, María Fuencisla García Casar y Florián Ferrero Ferrero han defendido el papel de los judíos en la formación histórica de Zamora y de la región castellano-leonesa en su conjunto, aunque sólo hasta muy recientemente las autoridades locales – el Ayuntamiento y la Diputación– han empezado a tomar nota de ese papel.
No ha sido lo mismo, sin embargo, en el caso de las instituciones culturales: a pesar de la cantidad de referencias documentales y algunas pocas arqueológicas, el Museo Provincial de Zamora no incluye ninguna mención a los judíos en su narrativa museística. Es irónico que la propia iglesia de Santa Lucía, colindante con dicho Museo, fuera construida parcialmente sobre casas judías, mientras que el almacén del mismo se encuentra ubicado en el Palacio de Arias Dávila, una de las conocidas familias conversas del siglo XVI, procesadas inquisitorialmente por judaizantes. De más estaría decir que el conjunto arquitectónico se encuentra en la Plaza Santa Lucía, centro oeste de la judería vieja –hoy barrio de La Horta– mencionada extensamente en los archivos y en la bibliografía histórica.
Jesús Jambrina
El autor ha publicado recientemente Los judíos de Zamora. Una cronología anotada (Editorial Verbum, 2016). Es profesor de español, historia y literatura hispanoamericana en Viterbo University, en La Crosse, Wisconsin, y fundador del Centro Isaac Campantón, dedicado al estudio y divulgación del legado judío en Zamora.
En el año de la expulsión, los principales maestros judíos de las comunidades de la península ibérica habían nacido o estudiado en Zamora: Isaac Aboad II (Toledo y Guadalajara), Issac de León (Ocaña), Samuel Mimi (Segovia), Jacob Habib (Salamanca), Issac Arama (Barcelona) y Josef Hayyun (Lisboa). Todos eran discípulos o seguidores de Isaac Campantón (1360-1463), Gaon de Castilla y León y rabino de Zamora. “Quien lo vio, vio la presencia divina”, llegó a decir de él Abraham Zacuto en su famoso Libro de las genealogías.
En el siglo XVI, el historiador Eliyahu Capsali se refirió a varios de estos sabios como “los ojos de Israel”, sin los cuales “no hubiera quedado nada”, pues fueron sus enseñanzas en la diáspora de Portugal, el norte de África y el Medio Oriente las que darían cuerpo y forma definitiva a la tradición religiosa y cultural sefardí. Ciudades como Fez, Cairo, Salónica, Amsterdam, Estambul, Safed y Jerusalén, entre otras, recibirían el influjo del saber judío producido en Zamora, una ciudad que hasta hace muy poco ni siquiera figuraba entre las más conocidas de la hoy mítica Sefarad. “Hermosa provincia en los confines del norte”, había escrito Isaac Arama en el siglo XV, evocando su propia experiencia intelectual en la antigua ciudad leonesa.
Hacia el Oeste, en el nuevo mundo, la historia más conocida es la de Luis de Carvajal el Mozo (1566-1596), nacido en Benavente y considerado el primer escritor judío de las Américas a través de sus Memorias, que publicó con el seudónimo de Joseph Lumbroso y en las cuales relata sus experiencias como criptojudío en Castilla y León primero, siendo un adolescente, y en la Nueva España (México), de adulto. En las páginas de su libro, Benavente, la tierra de su nacimiento, se recuerda con nostalgia en comparación con las penurias por las que atravesó en el nuevo mundo.
Los Carvajal, muchos de ellos procesados por la inquisición en 1596, procedían originalmente de la Tierra de Sayago, particularmente de Bermillo y Fermoselle. Exiliados por poco tiempo en Mogadouro, un pueblo de La Raya, después de la expulsión, retornaron a los territorios del Conde de Benavente, en la actual Zamora, donde el noble español acogió a muchos conversos, no pocos criptojudíos, que fundarían el Nuevo Reino de León. Por otro lado, todavía en el siglo XVII, encontramos en los certificados de matrimonios judíos de Amsterdam el apellido Zamora, como uno de los tantos españoles asentados en los archivos de la ciudad holandesa.
A estas alturas quedan pocas dudas acerca de la relevancia de la ciudad y provincia de Zamora, a través de varios de sus poblados –Toro, Villalpando, Fermoselle, Benavente– en la memoria de Sefarad. Cuando hace siete años hice mi primera búsqueda en Google sobre el tema sólo había dos referencias: el concilio de 1313, uno de los tantos donde se atacaba a los judíos, y la leyenda del Niño de la Guardia, una de las más famosas propagandas antijudías del siglo XV, en la que se incluía a un judío zamorano, el cual, sin embargo, nunca fue llamado a declarar. Los principales historiadores modernos tanto de la ciudad capital como de Castilla y León, de Cesáreo Fernández Duro a Carlos Carrete Parrondo, pasando por Julio Valdéon Baruque, Guadalupe Ramos de Castro, María Fuencisla García Casar y Florián Ferrero Ferrero han defendido el papel de los judíos en la formación histórica de Zamora y de la región castellano-leonesa en su conjunto, aunque sólo hasta muy recientemente las autoridades locales – el Ayuntamiento y la Diputación– han empezado a tomar nota de ese papel.
No ha sido lo mismo, sin embargo, en el caso de las instituciones culturales: a pesar de la cantidad de referencias documentales y algunas pocas arqueológicas, el Museo Provincial de Zamora no incluye ninguna mención a los judíos en su narrativa museística. Es irónico que la propia iglesia de Santa Lucía, colindante con dicho Museo, fuera construida parcialmente sobre casas judías, mientras que el almacén del mismo se encuentra ubicado en el Palacio de Arias Dávila, una de las conocidas familias conversas del siglo XVI, procesadas inquisitorialmente por judaizantes. De más estaría decir que el conjunto arquitectónico se encuentra en la Plaza Santa Lucía, centro oeste de la judería vieja –hoy barrio de La Horta– mencionada extensamente en los archivos y en la bibliografía histórica.
Jesús Jambrina
para el El País - Blog Red de Casas (ver página)
El autor ha publicado recientemente Los judíos de Zamora. Una cronología anotada (Editorial Verbum, 2016). Es profesor de español, historia y literatura hispanoamericana en Viterbo University, en La Crosse, Wisconsin, y fundador del Centro Isaac Campantón, dedicado al estudio y divulgación del legado judío en Zamora.